viernes, 31 de diciembre de 2010

Andanzas, vida y milagros de los descendientes bastardos del viejo Indiano

De como los descendientes de la bastardería del Vetusto Pariente Indiano, a la salida del Hospital Psiquiátrico Militar de Tordesillas del Conde, emprendieron la más rutilante aventura de sus vidas:

Real como la vida misma:
Operación Lentisco ("Lentisco Point")
     En la segunda planta de una venta junto a una pista forestal a treinta kilómetros al sur de Badajoz, un hombre está sentado en una habitación, ante una mesa. Está sólo y entra un hombre de unos treinta años, moreno, estatura media. Es Nick.
––Buenas noches, jefe –dice Nick.– ¿Qué es eso tan urgente que nos tiene que decir?
––Buenas noches, Nick.. Cuando llegue Jhon os lo contaré. Confía en mí. Nunca te he fallado.
––Bueno, entonces, por lo menos invite a una caña. Las esperas con birra se hacen más cortas.
––Vale –dice el Jefe- dile al Tobías que suba dos tanques, con cabrillas en tomate.
––Jefe, es que a mí no me gustan las cabrillas.
––A mí sí, Nick, a mi sí.
––Ya…
––Adoro las cabrillas, con sus ojitos y sus cuernecitos flexibles-, dice el Jefe, poniéndose bucólico. Deben ser criaturas inteligentes, a las que, al menos no se les astillan los cuernos en el burladero. Además están muy buenas con tomate.
––Jefe, estoy tieso. Déme un algo para ir tirando. –Dice Nick.
––Ganarás el pan con el sudor de tu frente, Nick.
––Si, pero un anticipo a cuenta…
––Eres insaciable, Nick. Está bien. Toma, quinientas pesetas y vete aviando. Tú pagas la cena.
––Es usted magnánimo.
––Soy la luz que guía tus pasos. Muchos no tienen un faro luminoso en su vida. Tu sí.
––No entiendo, Jefe. ¿Quién es el faro ese que usted dice?
––Soy yo, Nick, soy yo.
––Ya…
Se abre la puerta y entra un hombre de unos treinta años, moreno, estatura media. Es Jhon.
––Buenas noches, Jefe y la compaña –-dice Jhon.
––Buenas noches, Jhon. ¿Por qué llegas tan tarde? Son las diez y media. Quedamos para hace una hora.
––Se me mojó el reloj anoche, con la lluvia, y anda renqueando. Es que es chino.
 Jhon acerca una silla a la mesa y se sienta.
       ––Hay que llegar puntual a las cenas de trabajo, Jhon, hay que llegar puntual.
––¿Es que vamos a cenar?
––Si, paga Nick.
––¿Tu pagas, Nick, de veras? ¡Que poderío!
––Sí. El jefe me ha dado quinientas pesetas.
––Prestadas, Nick, han sido prestadas –dice el Jefe.
––Si, Jefe, prestadas, a cuenta.
––Llama de una vez al Tobías y que traiga algo ya, que hay que empezar la cena de trabajo.
     Nick se levanta y baja a buscar a Tobías.
     Luego vuelve y se sienta.
––Ahora lo trae -dice Nick.
    
     Media hora más tarde sube Tobías. Al abrir la puerta, la lámpara del techo se mueve impulsada por una corriente de aire y las sombras de la habitación oscilan, creando un efecto de buque fantasma.
     El camarero lleva una bandeja con cervezas y las cabrillas. También trae caracoles. Inmediatamente se los adjudica Nick y dice: 
––Contra los caracoles no tengo nada.
     Los tres comen en silencio y acabada la cena retiran los platos y vasos. El jefe ordena cerrar la puerta y comienza el trabajo.
     Extiende sobre la mesa un papel con un dibujo descriptivo de la distribución de unos edificios en el interior de un recinto circundado de doble hilera de cerca, con puerta de entrada orientada al Este. En torno al recinto se ven dibujos de siluetas de árboles. Al Sur del recinto se ha trazado un aspa con rotulador rojo.
     ––Este es el campo de operaciones del plan que quiero exponeros. Puede ser la solución de nuestras vidas. Este  proyecto es el proyecto de nuestro futuro –dice el Jefe.
     ––Si, Jefe ––dicen al unísono Jhon y Nick.
     ––Es un proyecto para gentes audaces, es una obra de arte del ingenio y la osadía, propia de un espíritu inquieto, de una  inteligencia privilegiada…
     La voz del Jefe, siempre susurrante, se va apagando mientras los frágiles cerebros de Jhon y Nick quedan flotando en una nebulosa hasta ser arrastrados a un plácido duermevela.
     Dos horas más tarde…
     Nick empieza a despertar y oye todavía la retahíla incomprensible del Jefe. De pronto se calla. Los tres quedan en silencio.
     ––Bien, estén ustedes atentos, que ahora les expondré las pautas de la  acción de nuestro proyecto ––continúa el Jefe.
     ––Sí, Jefe –dice Nick.
     Nick observa que Jhon dormita con los ojos abiertos y se apresura a darle un disimulado y contundente codazo.
     ––Sí, Jefe ––dice Jhon.
     ––Bien, me alegro que hayáis entendido.Nosotros estamos aquí, ––dice señalando con el dedo el aspa roja trazada sobre el plano- y esta es nuestra posición.
     ––Jefe ––dice Nick––,creo que aquí no es. Estamos en el cerro del Alcornocal, junto a la pista forestal y delante no hay casas, ni alambradas, sólo hay alcornoques y cochinos.
     ––Bien, Nick, estaba hablando en sutil metáfora.
     ––Bueno, Jefe, es que yo no hablo más que en extremeño y no mu bien, como no tengo estudios, usted sabe.
     ––En ese punto es donde estaremos a las cuatro de la mañana dentro de tres días. Cuando entremos en acción. Estaremos junto a la base Militar de Algarrobillo de Abajo.
     ––¿De Algarrobillo de Abajo? ––dicen a coro Nick y Jhon.
     ––Sí, del mismo.
     ––¿Jefe, que vamos a atracar, una base militar? ––dice Nick.
     ––Un banco, Nick, un banco: el BBVA.
     ––Jefe ––dice Jhon––, ¿no hay algo más sencillito?
     ––Es más fácil de lo que os podéis imaginar.
     ––Pero aquello está todo lleno de soldaos de élite, de esos que mandan a despanchurrar moros ––dice Jhon.
     ––A destripar moros no van, van en son de paz ––dice el Jefe.
     ––Bueno, pero tienen escopetas y cañones y bombas y nos pueden dar…
     ––Os voy a informar, atentos ––dice el Jefe––. En el  lugar que he señalado comienza la acción.
     ––Tú, Nick, te acercas a la alambrada y con este alicate que me ha prestado mi cuñado empiezas a cortar la tela metálica. No te preocupes, que no está electrificada porque el transformador que tienen pedido está pendiente de que haya presupuesto y es el Gobierno quien tiene que soltar pasta, así que ahí andan esperando. Por eso tampoco funcionan las cámaras de vigilancia. Algo parecido le pasa a las luces de las alambradas.
     Una vez que tengas hecho el agujero en la alambrada nos silbas como  una lechuza y nosotros bajamos, pasamos los tres a la zona entre las alambradas, tú cortas la otra tela metálica y ya estamos dentro de la base.
     El día H, hora D, 3 de la mañana, los tres hombres, con los relojes sincronizados, comienzan la operación.
     Detrás de un lentisco, al sur de la base, los tres hombres, vestidos de negro, se asoman uno a uno para divisar la base.
     ––Observad ––dice el Jefe––: ahí enfrente tenemos las dos alambradas, con la zona entre ellas, más allá está la base y allí están los barracones, esa es la cantina, a ese lado está el hangar de los Transportes Orugas Acorazados, TOA, y aquella es la puerta del banco. Deberemos llagar hasta la puerta del banco, situar la trasera del TOA junto a la puerta  ¿Recordáis el plan?
     ––Sí, Jefe ––dicen Jhon y Nick.
     ––La hora ha llegado. ¡Adelante¡ ––dice el Jefe.
     Nick sale del lentisco y se desliza reptando hasta la valla exterior del perímetro de la base. Toda la instalación militar está tenuemente iluminada. Los espacios abiertos están desiertos. En la cabina, junto a la puerta sólo se distingue el ascua de un cigarrillo, que fuma un soldado de guardia.
     El Jefe y Jhon sólo pueden oír el cric-crac de los alicates de Nick cortando las mallas de la alambrada. Luego se oye el canto de una lechuza.
     Los dos hombres salen del lentisco y se deslizan sigilosamente hasta la valla, donde está Nick.
     ––¿Qué coño hacéis aquí?
     ––Tu nos has llamado ––dice el Jefe.
     ––Yo no os he llamado todavía. Creo que ha sido una lechuza de verdad.
     ––Hemos tenido una espontánea ––dice el Jefe.
     Los tres guardan silencio. Sólo oyen el cric-crac de los alicates.
     Finalmente termina Nick y los tres pasan al terreno del corredor entre las vallas. Nick empieza a cortar la otra alambrada, pero en eso una luz destella sobre ellos. Es un foco que ilumina toda la zona que ocupan.
     ––¡Cuerpo a tierra! ––ordena el Jefe.
     ––¿Jefe, qué ocurre con esa luz? ––susurra Nick.
     ––No sé, debería estar apagada como los demás focos, puede haberse derivado…
     ––Jefe qué pasa. ––pregunta Jhon.
     ––Silencio, coño, esto es una emergencia. ––dice el Jefe.
     ––Jefe ––dice Nick–– aquí hay dos cables.
     ––¿De qué colores son?
     ––Uno azul y otro rojo.
     ––Corta uno.
     ––¿Cuál? ––dice Nick.
     ––Corta el azul ––dice Jhon.
     ––Corta el amarillo ––dice el Jefe.
     ––No hay, Jefe.
     ––Corta el rojo ––corrige el Jefe, poniendo cara de idiota.
     Nick se pone de pie, con lágrimas en los ojos. Es conciente de que debe tomar una decisión crucial en su vida. Cuenta a Jhon que él siempre ha sido muy desgraciado, que su padre no le dejaba tomar decisiones y él sufría y sufría y que, más tarde, cuando se casó, en realidad a quien quería era a su cuñada, que siempre fue su amor secreto. Jhon y Nick se abrazan. Jhon también llora y comprende lo duras que son las decisiones que marcan de por vida. Él tuvo que escoger una vez y desde entonces necesita un osito de peluche para dormir. Sus vidas no tienen rumbo.
     ––¿Os habéis vuelto gilipollas? ¡Nick, corta un cable cualquiera de una puta vez, coño! ––gruñe el Jefe.
     Nick, se arrodilla junto a los cables y temblandole el pulso, abre los alicates y los va cerrando sintiendo la presión del cobre al ser cortado por los filos de la herramienta.
     La luz se apaga.
     Un profundo suspiro sale del pecho de cada uno.
     ––¿Qué color era? ––preguntó el Jefe.
     ––No lo sé. ––dice Nick.
     ––¿Cuál cortaste? ––dice Jhon.
     ––Los dos.
     Terminada de cortar la segunda alambrada, los tres pasan el interior de la base. Desde allí se dirigen, por detrás de la cantina y luego por la parte trasera de los barracones y el supermercado de la tropa hasta situarse en la puerta trasera del hangar de los TOA.
  
"Tú, Jhon, había dicho el jefe aquella noche preparatoria, que nunca olvidaría ninguno de los tres, abrirás la puerta trasera del hangar y podremos entrar todos.
     ––Jefe, para eso nos harán falta unas herramientas especializadas o tener las llaves de las puertas. ¿Las tiene usted?
     ––No, Jhon, las llaves no las tengo, pero sí la tecnología adecuada.
     ––¿Cómo de tecnología y cómo de adecuada, Jefe?
     ––Como ésta. ––Había dicho el Jefe a la vez que le entregaba una barra de palanca de más de un metro de larga, tres centímetros de grosor y seis de ancho,todo en acero.
     Jhon tomó la barra en sus manos, miró al Jefe y dijo:
     ––Contundente sí que es. De tecnología debe estar bien, cerca de cinco kilos. Será útil."
     Jhon usa la palanca. El candado salta y salta el cerrojo y la cadena. En la cantina suena aún la Patoja cantando en la juerga de soldados y oficiales borrachos. Nadie sale de los barracones. La Patoja ataca de nuevo con su Cántame a la Sombra del Alcornoque. Los tres entran en el hangar de los TOA.
     "––Una vez en el hangar, yo subiré al TOA  -había dicho el Jefe aquella noche l-uego subís vosotros. Yo estaré al volante, o lo que tenga ese trasto para guiarlo. Jhon, tú lo arrancarás, que para eso tienes varios trienios de práctica automovilística.
     ––Después salimos por la puerta delantera, por la puerta grande, como en Las Ventas.
      ––¿Utilizamos otra vez la tecnología de la palanca? ––había preguntado Jhon.
       ––Bueno, ya veremos, dejémoslo a la inspiración del momento."
     El Jefe no ha previsto cómo abrir la puerta del TOA, pero la suerte le sonríe: la puerta está abierta. La pericia puenteadora de Jhon resulta eficaz y  el blindado es puesto  en marcha en tres minutos. Finalmente prescinde del violento uso de la  palanca para abrir la puerta del hangar y la sustituye por la fuerza motriz del blindado, que abre mantecosamente de par en par el hangar, aunque con un ruido de estrépito, pero que no supera a los Do de pecho de la folclórica y la alcoholemia de varios batallones de élite desentonando el Asturias Patria Querida.
     Y allí están ellos en el Transporte Oruga Acorazado, a las puertas del hangar, girando noventa grados a la izquierda, enfilando triunfalmente el BBVA, junto a la cantina. Suena imperial la Cabalgada de las Valkirias que oyen en la radio los centinelas de salida de la base. El blindado llega a la puerta del banco, que se abre con el argumento de la palanca y allí, girando sobre su eje,se aproxima el TOA.
     Siguiendo el protocolo establecido en aquella memorable preparación, contemplan que hay efectivamente una caja fuerte en el interior y que, además,  hay un cajero automático junto a la puerta.
     ––Jefe, usted habló de una caja fuerte dentro del banco, pero hay también un cajero automático, que debe tener su dinero. ¿Qué hacemos? ––dice Nick.
     ––¡Pronto, dos cables de acero a la trasera del TOA!
     ––¡A la orden, señor! ––dicen Nick  y Jhon.
 Sacan ambos dos gruesos cables y los amarran a la trasera del blindado, atan con uno la caja fuerte y con el otro el cajero automático.
  El TOA, con los tres hombres a bordo avanza arrastrando la caja y el cajero. Inicia una maniobra hacia el hangar para dar la vuelta girando en aquella explanada y salir por la puerta de la base, pero justamente en el arco de giro alguien ha aparcado un flamante Audi 1000, con el que entran en colisión el cajero automático y la caja fuerte del BBVA, que pasan por encima del automóvil, que, herido de muerte, emite  aullidos de animal prediluviano rompiendo el silencio del amanecer.
     Las rosadas luces del alba empiezan a despuntar por encima de los montes y el grito desgarrador de las alarmas del Audi 1000 hace enmudecer todos los decibelios de la juerga nocturna cuartelaria.
     Segundos después la base es un hervidero de gente de uniforme dando órdenes y contraórdenes a todo el que se encuentra por el camino.
     ––¡Circule! ––dice un Teniente Coronel a Nick.
     ––A sus órdenes, mi Teniente Coronel ––dice Nick.
     ––No estorbe ––dice un Capitán a Jhon.
     ––Señor, sí señor ––dice Jhon.
     ––Buenas noches ––dice el Jefe a los que estaban de guardia en la puerta principal.
     ––Buenas noches y a sus órdenes ––contestan, cuadrándose.
     ––Descansen -dice el Jefe saliendo por la puerta de la base hacia la espesura del monte.
     Nick y Jhon cruzan las alambradas sin ser molestados y emprenden la subida al cerro en busca de sus ciclomotores, ocultos tras el lentisco base. Cuando están ya en la cumbre oyen los primeros disparos en el Campamento.
 En los siguientes días llega a la base lo más selecto de la Policía Militar, que inmediatamente comienza las pesquisas con la ayuda de la Guardia Civil.
    "Está usted procesado en consejo de guerra, deberá comparecer en este juzgado los días quince de cada mes, puede retirase". –repite treinta y cinco veces a otros tantos oficiales el Juez Militar Instructor, durante los treinta cinco meses siguientes.
      Diez años después son archivados los treinta y cinco consejos de guerra y por esa época se ordena también el desguace del TOA, que permanecía “arrestado” en un rincón del hangar de la base desde la noche en que aplastó el Audi 1000 del comandante.
     Durante la siguiente primavera, en unas jornadas de puertas abiertas de la base, tres ciudadanos desconocidos, que han acudido a distintas horas, no pueden reprimir una furtiva lágrima al pasar junto a un montón de chatarra, resto del desguace del TOA.

A.Cotta.



miércoles, 22 de diciembre de 2010

Signos de Luz

El hijo de Doña Concha en su tierna adolescencia escribía algunos textos, que él llamaba cuentos, y se los leía a los demás componentes de su familia, que le aplaudían. Era una vez al año, pero nunca faltaba su texto...


SIGNOS DE LUZ

Y dijo Dios:
Que haya lumbreras en la bóveda celeste
para separar el día de la noche, y sirvan
las señales para distinguir las estaciones,
los días y los años; que luzcan en la bóveda
del cielo para alumbrar la tierra.
(Gn. 1, 14-15)

A partir de aquel mediodía, frío y hermoso como cualquier invierno del planeta Tierra, todo fue un enorme trasiego de ir y venir de astros y estrellas fugaces en continuo movimiento, por el alto y profundo espacio sideral. El universo entero era un río de luz en apasionada ebullición: estrellas, satélites, cometas y otros asteroides andaban trastornados y locos de aquí para allá, en una actividad frenética, urgente, inusual en la aparente calma de la vasta extensión; y no se sabía por qué, impuesta quizás por qué sabe que fuerza misteriosa, que resultaba poco menos que inquietante o sospechosa tal vez. En principio, nadie sabía nada, justificaba los motivos y causas para tanto alboroto entre los habitantes del firmamento, tranquilos moradores que siempre estaban habituados a una serenidad inalterable, simétricamente sujetos en la gran bóveda celeste por la inimitable magia del Orbe. Pero lo cierto era que todos los años –por este mismo tiempo- ocurría algo similar, aunque ellos carecían de memoria y no podían recordarlo.

Posteriormente se supo al fin la razón de todo el ajetreo, del largo deambular de los astros: la cuestión parecía tener su origen en una incuestionable visita. Todos iban al espacio ocupado por Clara, una joven estrella temporaria, dotada de una potente luz blanca con destellos dorados, azules y corintos que traspasaban con su brillo toda oscuridad. Clara vivía con millones de rutilantes hermanas, en la Osa Mayor, pertenecientes a la Constelación del hemisferio boreal, sintiéndose plenamente feliz en su elemento. Y allí se dirigían todos los cuerpos celestes aquel helado mediodía con su mejor luz, cantidad de energía incandescente de múltiples tonalidades: amarillo áureo, amarillo rojizo o incluso de un verde caldera ya casi apagado por los viejos años de luces emitidas al cosmos. Se reunía toda la luz disponible para donarla a Clara en un gesto solidario, puesto que ella necesitaría hoy toda la luminosidad existente en el universo para una extraordinaria misión en la Tierra que le había sido encomendada por el mismo Dios Padre, Abba, para todas sus criaturas entrañables. Allí era la concentración, en la infinita extensión del firmamento. Y Clara, la joven estrella, los acogía a todos visiblemente emocionada.

Poco después llegaron también los asteroides que, en número incontable, gravitan mayoritariamente entre las órbitas de Júpiter y Marte.

—Toma, Clara, para que te hagas un largo vestido de cola tan radiante y luminoso como tu propio nombre - Habló un asteroide tan rubio como un recién nacido fuego-. Has de llevar la luz. ¡Toda la luz que seamos capaces!
—Yo te traigo toda mi resplandeciente energía –irrumpió otro -, acumulada durante meses siderales.
—¡Gracias!¡ Gracias, amigos, por vuestra generosidad!
—¡Qué emoción tan grande, Clara; hoy debe ser tu gran día! –exclamó una robusta estrella de luces violetas - ¡Es la elección que todas esperamos una vez en la vida!
—Así es, sois muy amables conmigo. No sabéis cuanto os lo agradezco. Les llevaré todo vuestro alegre brillo de parte de vosotros.
—¿Cuándo lo supiste, Clara? –preguntó un cometa tímido como un hilo de miel.
—Me fue transmitido este mismo amanecer. Cuando el hermano Sol giraba ya en su órbita de fuego iluminando la espesura de las sombras, y la Luna mostraba, al otro lado de su espalda, el rostro plateado.
—¿Y cuándo partirás? ¿Hacia qué hora?
—Debe ser esta noche. Esta misma noche, hacia las doce. Cuando todos nosotros nos encendamos aquí arriba, yo bajaré con toda esta luz y resplandor que me habéis donado, e iluminaré mares y montañas; todos los confines de la tierra, de parte a parte, de extremo a extremo, porque esta noche todo el orbe será Belén de Judá, y no habrá distancia ni fronteras…No habrá en esta noche santa obstáculos ni muros, diques ni alambradas; ni siquiera razas o lenguas que separen…- Clara hizo un instante de silencio y todos percibieron como se instauraba el calor. Un calor antiguo, como de manos apretadas -.El mundo –siguió Clara – es del Creador, que quiere hacer un regalo a los hombres de buena voluntad. Y yo seré la señal, signo y anunciación de que el Hijo de Dios Vivo, nuestro único y absoluto Salvador, ha nacido entre los hombres por amor, y viene a restablecer la paz menospreciada, el júbilo glorioso de su nombre. Nace con la voluntad de reparar la injusticia creada por los poderosos: viene una vez más al mundo, para hacerse presencia y acallar el clamor de los pobres con el compromiso de la esperanza. –Clara se detuvo, tomó un poco de aire del frescor encandilado de la tarde, y continuó –. Todo lo he sabido hoy a través de esa Palabra que nos habla a cada uno de nosotros, los creadores. Él nacerá una vez más, para brotar lazos de unión fraterna, abrazos solidarios de unos con otros como un solo pueblo que sabe y ha comprendido el significado de ser hombre y hermano. Y Dios sellará esta nueva Alianza con mi luz que es la suya; que no es otra, sino la de todos nosotros, la luz primaria y verdadera de la creación.

Las horas trajeron la noche más brillante cosida don resplandores de diferentes matices y colores para regir la vida.

—¡Adiós Clara! ¡Qué hermoso se ve desde aquí el planeta esta noche ¡Adiós!
—Debo irme, adiós a todos. ¡Adiós!...¡Adiós!

Y Clara partió a la velocidad de la luz por el inmenso territorio del espacio, iluminándolo todo a su paso, agujeros negros y meteoritos desprendidos, con su larga cola de cometa prestado en dirección a la Tierra.

 Onofre Rojano

Luego se tomaban unos mantecados y una copita de anís dulce y cantaban unos villancicos en torno al Castaño Centenario.
PD: De todo esto fue testigo el bastardo número ciento noventa y nueve.

viernes, 10 de diciembre de 2010

De como el Joven Ecologista contó la Transición a las muchachas en flor...

LA TRANSICION DE LOS TREBUJENA

      Manuel Trebujena llegó al pueblo sudando, cruzó la plaza y se encerró en su casa. Manuel era viudo y vivía solo desde que su hijo Patricio se había ido a vivir a la Finca con su novia Rosarito. Ni se habían casado ni siquiera habían disimulado. El cura, Don Serafín, en una misa de once un domingo, sin venir a cuento, dijo en el sermón que aquello era un concubinato. Pero ellos llevaban tres meses sin salir del cortijo follando como paganos y en el pueblo, para desasosiego de las personas de orden de toda la vida, se estaba poniendo de moda entre los borrachos tabernarios los brindis por la pareja y en las madrugadas de cubatas –ron  y güisqui - se oía con frecuencia el grito de ¡Vivan los novios!, que inmediatamente era coreado  ¡Que vivan, que vivan! .
  En privado, Don Serafín solía decir que si Franco levantara la cabeza…
A Manuel Trebujena lo que le molestaba era que ahora se había quedado solo. Lo que hiciera la pareja le traía sin cuidado. Él también había hecho de las suyas a su edad.

         El lunes posterior a aquel sermón, al caer la tarde, sobre la hora del café coincidieron en el Casino Cultural Manuel Trebujena y Baldomero Muñoz, primer Alcalde del pueblo, por entonces de UCD. Manuel Trebujena acababa de tomar asiento en su sillón preferido del  salón  cuando llegó Don Baldomero.
         ––Buenas tardes, amigo Manuel.
         ––Muy buenas la tenga usted, señor Alcalde. Pero siéntese, por favor. ¿Cómo va el municipio?
        ––Gracias, me sentaré. Vengo cansado. El municipio agitadillo, Trebujena, agitadillo, como usted ya sabe…
         Vicente, el viejo camarero del Casino, le trajo al señor alcalde su “cortaíto” de siempre y a  Trebujena el "solo" de todas las tardes.
         ––Es que el clero siempre aprovecha para meter palo en candela…– comentó Trebujena  tras saborear un poco del café.
         ––Sí, el padre Serafín se pasó con lo del concubinato… Por cierto, que hablando de Roma…
         ––Buenas y santas tardes tengan ustedes –– dijo Don Serafín, que en ese momento llegaba.
         ––Por lo menos que sean buenas, lo de santas vamos a dejarlo al gusto del consumidor. –– Replicó Manuel Trebujena.
         El Alcalde carraspeó un poco y luego invitó al recién llegado a sentarse.
         Vicente se acercó al párroco, que le indicó que no deseaba tomar nada.
         Hubo un momento de silencio, que el Alcalde se atrevió a romper.
         ––Padre, estábamos hablando de su sermón de ayer. A Trebujena le ha dolido la referencia que usted hizo, lo del concubinato…
         ––Yo no quise ofender, pero es que así se llama a la unión de pareja sin contraer matrimonio…
         ––Don Serafín ––dijo el Alcalde–  los tiempos han cambiado, ya no es como en la época que acaba de pasar, la misma Iglesia está por la transición. Tienen ustedes que ser más flexibles.
         El cura enrojeció, articuló algunas palabras de disculpa y se excusó con tener prisa y se marchó. En aquel momento pensó que tal vez no debería haber solicitado el traslado a Andalucía, desde su lejana Castilla.
         ––Alcalde, dese cuenta, para Don Serafín usted y yo somos todavía casi unos rojos condenados al infierno.
         ––Trebujena, ya cambiarán, esta gente lleva cambiando más de dos mil años…

         Algunos en el pueblo estaban tomando por costumbre acercarse a la linde de los “Olivares de Pascual” para ver si la pareja aún continuaba ocupada en el interior. Otros hasta cruzaban apuestas y las indiscreciones de los criados y cocineros que trabajaban en el cortijo eran sabrosas y por ello profusamente comentadas. Se sabía qué comían, cuándo salían de la habitación y con qué aspecto y muchos detalles más. El video comunitario, ahora denominado Radio-Televisión Local, en el informativo de medio día solía decir: “En los Olivares de Pascual no ha habido noticias destacables, continuaremos informando”

         Una tarde se abrió la puerta del cortijo y la pareja salió enlazada por la cintura. Los vecinos que estaban en la linde no pudieron reprimir el regocijo, unos aplaudieron, otros silbaron o jalearon formando un guirigay esperpéntico, las gallinas corrieron espantadas por el olivar, las palomas alborotaron aleteando sobre el tejado y el borrico en el “tinaó” detrás de cortijo rebuznó urbi et orbe. Patricio Trebujena la emprendió a pedradas con los alborotadores y soltó los perros, que llegaron hasta cerca de la linde y se pusieron a ladrar desde allí. Todos se marcharon entre cometarios y grandes carcajadas.
         En ese momento llegó Don Serafín. Llevaba poco tiempo en el pueblo y aún traía el barniz de recio cura de Castilla la Vieja  –venía de la diócesis de Zamora y había sido cinco años párroco de Oteros de Aliste-  y quiso hacer frente a la media jauría que atronaba con sus ladridos tras la linde y dio unos pasos hacia la alambrada; entonces los perros la pasaron y le mordieron la sotana hasta hacérsela jirones. Patricio disparó al aire dos tiros con su escopeta del doce y los perros soltaron al cura y volvieron al cortijo.
      Cuando Patricio y Rosarito cerraron la puerta del caserón ya estaba atardeciendo y el cielo se empezaba a cubrir de nubes anaranjadas preludio de una hermosa y veraniega puesta de sol, que la pareja contempló más tarde desde la terraza del dormitorio.
      Algún tiempo después fue la vuelta de la pareja al pueblo. Manuel Trebujena dejó de estar solo. Pocas semanas después habían cesado los comentarios y algunos empezaron a envidiarlos hasta tal punto que Don Serafín tuvo que hacer la vista gorda y agilizar mucho los cursillos prematrimoniales: los cortijos estaban teniendo un sorprendente atractivo entre la gente joven.
A.Cotta

sábado, 4 de diciembre de 2010

Poemas de alcoba

               Se cuenta en el corro de las criollas que un día sorprendieron a Doña Concha llorando en su alcoba ante unos pliegos de papel y que, impulsadas por la curiosidad, quisieron averiguar qué movía a llanto a tan recta como pudorosa mujer. Pacientemente esperaron su salida a la misa diaria, entraron en su aposento y sobre el rosado mármol de la peinadora estos poemas descubrieron:

Es el deseo hiriendo con su juego,
un rompiente de afectos y desdenes,
una luna y un sol entre vaivenes,
un hielo que se funde en nuestro fuego.

Un incierto y romántico trasiego
que arranca la razón de nuestras sienes.
Acaso sea lo único que tienes
aunque digan algunos que está ciego.

Un impulso, una duda, un compromiso,
una elección ligera y trascendente,
un extraño dolor siempre latente.

Íntimo, desmedido, indeciso,
es la pasión que hace vivir al hombre:
lo llaman amor. Qué importa su nombre.
                                                   
                                         Celso Bradomín  


Baja negra la sangre por mi pecho              
oxidada del aire y de las penas,
baja oscura la muerte por mis venas
corrompiendo mi cuerpo ya maltrecho.

Formo parte del barro de mi lecho,
del silencio glacial de las arenas,
soy parte del olvido, nada apenas,
sólo el leve rumor de mi despecho.

Sin embargo la muerte se equivoca,
que no habrán de morir nunca mis besos
si algún labio en la noche los evoca.

En un lugar han de seguir impresos
esperando el aliento de otra boca,
testigos del amor y los excesos.

                                   Celso Bradomín

Si acaso fueron de algún adolorido amante despechado o de un pretendiente rechazado por la ilustre familia, no saben, sólo las letras sobre papel que a ellas también emocionaron.

Marguerite Duras y la autocensura del escritor

     Desde las últimas ramas de la copa del Castaño Centenario empezó a oírse un rumor femenino, fue descendiendo hasta hacerse murmullo y luego voz clamorosa:

     "Creo que lo que reprocho a los libros, en general, es eso: que no son libres. Se ve a través de la escritura: están fabricados, están organizados, reglamentados, diríase que conformes. Una función de revisión que el escritor desempeña con frecuencia consigo mismo. El escritor, entonces, se convierte en su propio policía. Entiendo, por tal, la búsqueda de la forma correcta, es decir, de la forma más habitual, la más clara y la más inofensiva. Sigue habiendo generaciones muertas que hacen libros pudibundos. Incluso jóvenes: libros encantadores, sin poso alguno, sin noche. Sin silencio. Dicho de otro modo: sin auténtico autor. Libros de un día, de entretenimiento, de viaje. Pero no libros que se incrusten en el pensamiento y que hablen del duelo profundo de toda vida, el lugar común de todo pensamiento." 
                                              Marguerite Duras, "Escribir"
                                                      Traducción de Ana María Moix
                                                                      Tusquets Editores, 2000