viernes, 31 de diciembre de 2010

Andanzas, vida y milagros de los descendientes bastardos del viejo Indiano

De como los descendientes de la bastardería del Vetusto Pariente Indiano, a la salida del Hospital Psiquiátrico Militar de Tordesillas del Conde, emprendieron la más rutilante aventura de sus vidas:

Real como la vida misma:
Operación Lentisco ("Lentisco Point")
     En la segunda planta de una venta junto a una pista forestal a treinta kilómetros al sur de Badajoz, un hombre está sentado en una habitación, ante una mesa. Está sólo y entra un hombre de unos treinta años, moreno, estatura media. Es Nick.
––Buenas noches, jefe –dice Nick.– ¿Qué es eso tan urgente que nos tiene que decir?
––Buenas noches, Nick.. Cuando llegue Jhon os lo contaré. Confía en mí. Nunca te he fallado.
––Bueno, entonces, por lo menos invite a una caña. Las esperas con birra se hacen más cortas.
––Vale –dice el Jefe- dile al Tobías que suba dos tanques, con cabrillas en tomate.
––Jefe, es que a mí no me gustan las cabrillas.
––A mí sí, Nick, a mi sí.
––Ya…
––Adoro las cabrillas, con sus ojitos y sus cuernecitos flexibles-, dice el Jefe, poniéndose bucólico. Deben ser criaturas inteligentes, a las que, al menos no se les astillan los cuernos en el burladero. Además están muy buenas con tomate.
––Jefe, estoy tieso. Déme un algo para ir tirando. –Dice Nick.
––Ganarás el pan con el sudor de tu frente, Nick.
––Si, pero un anticipo a cuenta…
––Eres insaciable, Nick. Está bien. Toma, quinientas pesetas y vete aviando. Tú pagas la cena.
––Es usted magnánimo.
––Soy la luz que guía tus pasos. Muchos no tienen un faro luminoso en su vida. Tu sí.
––No entiendo, Jefe. ¿Quién es el faro ese que usted dice?
––Soy yo, Nick, soy yo.
––Ya…
Se abre la puerta y entra un hombre de unos treinta años, moreno, estatura media. Es Jhon.
––Buenas noches, Jefe y la compaña –-dice Jhon.
––Buenas noches, Jhon. ¿Por qué llegas tan tarde? Son las diez y media. Quedamos para hace una hora.
––Se me mojó el reloj anoche, con la lluvia, y anda renqueando. Es que es chino.
 Jhon acerca una silla a la mesa y se sienta.
       ––Hay que llegar puntual a las cenas de trabajo, Jhon, hay que llegar puntual.
––¿Es que vamos a cenar?
––Si, paga Nick.
––¿Tu pagas, Nick, de veras? ¡Que poderío!
––Sí. El jefe me ha dado quinientas pesetas.
––Prestadas, Nick, han sido prestadas –dice el Jefe.
––Si, Jefe, prestadas, a cuenta.
––Llama de una vez al Tobías y que traiga algo ya, que hay que empezar la cena de trabajo.
     Nick se levanta y baja a buscar a Tobías.
     Luego vuelve y se sienta.
––Ahora lo trae -dice Nick.
    
     Media hora más tarde sube Tobías. Al abrir la puerta, la lámpara del techo se mueve impulsada por una corriente de aire y las sombras de la habitación oscilan, creando un efecto de buque fantasma.
     El camarero lleva una bandeja con cervezas y las cabrillas. También trae caracoles. Inmediatamente se los adjudica Nick y dice: 
––Contra los caracoles no tengo nada.
     Los tres comen en silencio y acabada la cena retiran los platos y vasos. El jefe ordena cerrar la puerta y comienza el trabajo.
     Extiende sobre la mesa un papel con un dibujo descriptivo de la distribución de unos edificios en el interior de un recinto circundado de doble hilera de cerca, con puerta de entrada orientada al Este. En torno al recinto se ven dibujos de siluetas de árboles. Al Sur del recinto se ha trazado un aspa con rotulador rojo.
     ––Este es el campo de operaciones del plan que quiero exponeros. Puede ser la solución de nuestras vidas. Este  proyecto es el proyecto de nuestro futuro –dice el Jefe.
     ––Si, Jefe ––dicen al unísono Jhon y Nick.
     ––Es un proyecto para gentes audaces, es una obra de arte del ingenio y la osadía, propia de un espíritu inquieto, de una  inteligencia privilegiada…
     La voz del Jefe, siempre susurrante, se va apagando mientras los frágiles cerebros de Jhon y Nick quedan flotando en una nebulosa hasta ser arrastrados a un plácido duermevela.
     Dos horas más tarde…
     Nick empieza a despertar y oye todavía la retahíla incomprensible del Jefe. De pronto se calla. Los tres quedan en silencio.
     ––Bien, estén ustedes atentos, que ahora les expondré las pautas de la  acción de nuestro proyecto ––continúa el Jefe.
     ––Sí, Jefe –dice Nick.
     Nick observa que Jhon dormita con los ojos abiertos y se apresura a darle un disimulado y contundente codazo.
     ––Sí, Jefe ––dice Jhon.
     ––Bien, me alegro que hayáis entendido.Nosotros estamos aquí, ––dice señalando con el dedo el aspa roja trazada sobre el plano- y esta es nuestra posición.
     ––Jefe ––dice Nick––,creo que aquí no es. Estamos en el cerro del Alcornocal, junto a la pista forestal y delante no hay casas, ni alambradas, sólo hay alcornoques y cochinos.
     ––Bien, Nick, estaba hablando en sutil metáfora.
     ––Bueno, Jefe, es que yo no hablo más que en extremeño y no mu bien, como no tengo estudios, usted sabe.
     ––En ese punto es donde estaremos a las cuatro de la mañana dentro de tres días. Cuando entremos en acción. Estaremos junto a la base Militar de Algarrobillo de Abajo.
     ––¿De Algarrobillo de Abajo? ––dicen a coro Nick y Jhon.
     ––Sí, del mismo.
     ––¿Jefe, que vamos a atracar, una base militar? ––dice Nick.
     ––Un banco, Nick, un banco: el BBVA.
     ––Jefe ––dice Jhon––, ¿no hay algo más sencillito?
     ––Es más fácil de lo que os podéis imaginar.
     ––Pero aquello está todo lleno de soldaos de élite, de esos que mandan a despanchurrar moros ––dice Jhon.
     ––A destripar moros no van, van en son de paz ––dice el Jefe.
     ––Bueno, pero tienen escopetas y cañones y bombas y nos pueden dar…
     ––Os voy a informar, atentos ––dice el Jefe––. En el  lugar que he señalado comienza la acción.
     ––Tú, Nick, te acercas a la alambrada y con este alicate que me ha prestado mi cuñado empiezas a cortar la tela metálica. No te preocupes, que no está electrificada porque el transformador que tienen pedido está pendiente de que haya presupuesto y es el Gobierno quien tiene que soltar pasta, así que ahí andan esperando. Por eso tampoco funcionan las cámaras de vigilancia. Algo parecido le pasa a las luces de las alambradas.
     Una vez que tengas hecho el agujero en la alambrada nos silbas como  una lechuza y nosotros bajamos, pasamos los tres a la zona entre las alambradas, tú cortas la otra tela metálica y ya estamos dentro de la base.
     El día H, hora D, 3 de la mañana, los tres hombres, con los relojes sincronizados, comienzan la operación.
     Detrás de un lentisco, al sur de la base, los tres hombres, vestidos de negro, se asoman uno a uno para divisar la base.
     ––Observad ––dice el Jefe––: ahí enfrente tenemos las dos alambradas, con la zona entre ellas, más allá está la base y allí están los barracones, esa es la cantina, a ese lado está el hangar de los Transportes Orugas Acorazados, TOA, y aquella es la puerta del banco. Deberemos llagar hasta la puerta del banco, situar la trasera del TOA junto a la puerta  ¿Recordáis el plan?
     ––Sí, Jefe ––dicen Jhon y Nick.
     ––La hora ha llegado. ¡Adelante¡ ––dice el Jefe.
     Nick sale del lentisco y se desliza reptando hasta la valla exterior del perímetro de la base. Toda la instalación militar está tenuemente iluminada. Los espacios abiertos están desiertos. En la cabina, junto a la puerta sólo se distingue el ascua de un cigarrillo, que fuma un soldado de guardia.
     El Jefe y Jhon sólo pueden oír el cric-crac de los alicates de Nick cortando las mallas de la alambrada. Luego se oye el canto de una lechuza.
     Los dos hombres salen del lentisco y se deslizan sigilosamente hasta la valla, donde está Nick.
     ––¿Qué coño hacéis aquí?
     ––Tu nos has llamado ––dice el Jefe.
     ––Yo no os he llamado todavía. Creo que ha sido una lechuza de verdad.
     ––Hemos tenido una espontánea ––dice el Jefe.
     Los tres guardan silencio. Sólo oyen el cric-crac de los alicates.
     Finalmente termina Nick y los tres pasan al terreno del corredor entre las vallas. Nick empieza a cortar la otra alambrada, pero en eso una luz destella sobre ellos. Es un foco que ilumina toda la zona que ocupan.
     ––¡Cuerpo a tierra! ––ordena el Jefe.
     ––¿Jefe, qué ocurre con esa luz? ––susurra Nick.
     ––No sé, debería estar apagada como los demás focos, puede haberse derivado…
     ––Jefe qué pasa. ––pregunta Jhon.
     ––Silencio, coño, esto es una emergencia. ––dice el Jefe.
     ––Jefe ––dice Nick–– aquí hay dos cables.
     ––¿De qué colores son?
     ––Uno azul y otro rojo.
     ––Corta uno.
     ––¿Cuál? ––dice Nick.
     ––Corta el azul ––dice Jhon.
     ––Corta el amarillo ––dice el Jefe.
     ––No hay, Jefe.
     ––Corta el rojo ––corrige el Jefe, poniendo cara de idiota.
     Nick se pone de pie, con lágrimas en los ojos. Es conciente de que debe tomar una decisión crucial en su vida. Cuenta a Jhon que él siempre ha sido muy desgraciado, que su padre no le dejaba tomar decisiones y él sufría y sufría y que, más tarde, cuando se casó, en realidad a quien quería era a su cuñada, que siempre fue su amor secreto. Jhon y Nick se abrazan. Jhon también llora y comprende lo duras que son las decisiones que marcan de por vida. Él tuvo que escoger una vez y desde entonces necesita un osito de peluche para dormir. Sus vidas no tienen rumbo.
     ––¿Os habéis vuelto gilipollas? ¡Nick, corta un cable cualquiera de una puta vez, coño! ––gruñe el Jefe.
     Nick, se arrodilla junto a los cables y temblandole el pulso, abre los alicates y los va cerrando sintiendo la presión del cobre al ser cortado por los filos de la herramienta.
     La luz se apaga.
     Un profundo suspiro sale del pecho de cada uno.
     ––¿Qué color era? ––preguntó el Jefe.
     ––No lo sé. ––dice Nick.
     ––¿Cuál cortaste? ––dice Jhon.
     ––Los dos.
     Terminada de cortar la segunda alambrada, los tres pasan el interior de la base. Desde allí se dirigen, por detrás de la cantina y luego por la parte trasera de los barracones y el supermercado de la tropa hasta situarse en la puerta trasera del hangar de los TOA.
  
"Tú, Jhon, había dicho el jefe aquella noche preparatoria, que nunca olvidaría ninguno de los tres, abrirás la puerta trasera del hangar y podremos entrar todos.
     ––Jefe, para eso nos harán falta unas herramientas especializadas o tener las llaves de las puertas. ¿Las tiene usted?
     ––No, Jhon, las llaves no las tengo, pero sí la tecnología adecuada.
     ––¿Cómo de tecnología y cómo de adecuada, Jefe?
     ––Como ésta. ––Había dicho el Jefe a la vez que le entregaba una barra de palanca de más de un metro de larga, tres centímetros de grosor y seis de ancho,todo en acero.
     Jhon tomó la barra en sus manos, miró al Jefe y dijo:
     ––Contundente sí que es. De tecnología debe estar bien, cerca de cinco kilos. Será útil."
     Jhon usa la palanca. El candado salta y salta el cerrojo y la cadena. En la cantina suena aún la Patoja cantando en la juerga de soldados y oficiales borrachos. Nadie sale de los barracones. La Patoja ataca de nuevo con su Cántame a la Sombra del Alcornoque. Los tres entran en el hangar de los TOA.
     "––Una vez en el hangar, yo subiré al TOA  -había dicho el Jefe aquella noche l-uego subís vosotros. Yo estaré al volante, o lo que tenga ese trasto para guiarlo. Jhon, tú lo arrancarás, que para eso tienes varios trienios de práctica automovilística.
     ––Después salimos por la puerta delantera, por la puerta grande, como en Las Ventas.
      ––¿Utilizamos otra vez la tecnología de la palanca? ––había preguntado Jhon.
       ––Bueno, ya veremos, dejémoslo a la inspiración del momento."
     El Jefe no ha previsto cómo abrir la puerta del TOA, pero la suerte le sonríe: la puerta está abierta. La pericia puenteadora de Jhon resulta eficaz y  el blindado es puesto  en marcha en tres minutos. Finalmente prescinde del violento uso de la  palanca para abrir la puerta del hangar y la sustituye por la fuerza motriz del blindado, que abre mantecosamente de par en par el hangar, aunque con un ruido de estrépito, pero que no supera a los Do de pecho de la folclórica y la alcoholemia de varios batallones de élite desentonando el Asturias Patria Querida.
     Y allí están ellos en el Transporte Oruga Acorazado, a las puertas del hangar, girando noventa grados a la izquierda, enfilando triunfalmente el BBVA, junto a la cantina. Suena imperial la Cabalgada de las Valkirias que oyen en la radio los centinelas de salida de la base. El blindado llega a la puerta del banco, que se abre con el argumento de la palanca y allí, girando sobre su eje,se aproxima el TOA.
     Siguiendo el protocolo establecido en aquella memorable preparación, contemplan que hay efectivamente una caja fuerte en el interior y que, además,  hay un cajero automático junto a la puerta.
     ––Jefe, usted habló de una caja fuerte dentro del banco, pero hay también un cajero automático, que debe tener su dinero. ¿Qué hacemos? ––dice Nick.
     ––¡Pronto, dos cables de acero a la trasera del TOA!
     ––¡A la orden, señor! ––dicen Nick  y Jhon.
 Sacan ambos dos gruesos cables y los amarran a la trasera del blindado, atan con uno la caja fuerte y con el otro el cajero automático.
  El TOA, con los tres hombres a bordo avanza arrastrando la caja y el cajero. Inicia una maniobra hacia el hangar para dar la vuelta girando en aquella explanada y salir por la puerta de la base, pero justamente en el arco de giro alguien ha aparcado un flamante Audi 1000, con el que entran en colisión el cajero automático y la caja fuerte del BBVA, que pasan por encima del automóvil, que, herido de muerte, emite  aullidos de animal prediluviano rompiendo el silencio del amanecer.
     Las rosadas luces del alba empiezan a despuntar por encima de los montes y el grito desgarrador de las alarmas del Audi 1000 hace enmudecer todos los decibelios de la juerga nocturna cuartelaria.
     Segundos después la base es un hervidero de gente de uniforme dando órdenes y contraórdenes a todo el que se encuentra por el camino.
     ––¡Circule! ––dice un Teniente Coronel a Nick.
     ––A sus órdenes, mi Teniente Coronel ––dice Nick.
     ––No estorbe ––dice un Capitán a Jhon.
     ––Señor, sí señor ––dice Jhon.
     ––Buenas noches ––dice el Jefe a los que estaban de guardia en la puerta principal.
     ––Buenas noches y a sus órdenes ––contestan, cuadrándose.
     ––Descansen -dice el Jefe saliendo por la puerta de la base hacia la espesura del monte.
     Nick y Jhon cruzan las alambradas sin ser molestados y emprenden la subida al cerro en busca de sus ciclomotores, ocultos tras el lentisco base. Cuando están ya en la cumbre oyen los primeros disparos en el Campamento.
 En los siguientes días llega a la base lo más selecto de la Policía Militar, que inmediatamente comienza las pesquisas con la ayuda de la Guardia Civil.
    "Está usted procesado en consejo de guerra, deberá comparecer en este juzgado los días quince de cada mes, puede retirase". –repite treinta y cinco veces a otros tantos oficiales el Juez Militar Instructor, durante los treinta cinco meses siguientes.
      Diez años después son archivados los treinta y cinco consejos de guerra y por esa época se ordena también el desguace del TOA, que permanecía “arrestado” en un rincón del hangar de la base desde la noche en que aplastó el Audi 1000 del comandante.
     Durante la siguiente primavera, en unas jornadas de puertas abiertas de la base, tres ciudadanos desconocidos, que han acudido a distintas horas, no pueden reprimir una furtiva lágrima al pasar junto a un montón de chatarra, resto del desguace del TOA.

A.Cotta.



2 comentarios:

  1. La estirpe no prosperó y así les va, por muchas velas que me pongan.
    Firmado:Santa Rita,Rira que estoy en los cielos, a traves de mi enviada en la Tierra, Doña Concha W.A.

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  2. Buenas tardes, he de decirles que su blog me gusta mucho, sobre todo los relatos de la familia tan dispar de Doña Concha, o sea el sobrino y esos espurios de ahí arriba. Sigan ustedes así, distrayendo a la gente. Saludos, Bartolo Toro.

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