DOS DESEOS Y UNA MANÍA ( 2 )
La tía Encarna, harta de esperar durante más de tres décadas el
cambio de tornas en el poder municipal, determinó, a sus ochenta
y cinco años ,indignada, que había llegado su hora y se murió sin
más dilación. Hubo de ser enterrada en una caja de contrachapado
color pino de la funeraria de la comarca.
En cuanto a la manía, consistía en quitarse años. Era tal su obsesión que cuando tenía que decir su edad lo hacía con truco y sobreentendidos, sólo al médico de la familia le decía abiertamente la verdad y porque lo conocía desde pequeña y no quería hacer el ridículo. La manía le comenzó a los treinta y dos, tras el susto que le dio la primera y tenue arruga que percibió en su rostro una mañana de verano. Aquel día no bajó a desayunar y se quedó el resto de la mañana mustia y meditabunda en el lecho conyugal, contemplaba las arrugas de las sábanas de hilo, estirándolas por aquí para que al cabo se formaran pliegues por allá. Allí engendró su manía y ya a la hora del café pudo decir que tenía “veintitres invertido”. Con el paso del tiempo fueron “cuarenta y cinco invertido”, “cincuenta y seis invertido”, ... lo pasó regular a los ochenta y cuatro, … no era creíble.
su hijo se empeñó en que fuera a vivir con él. Ella pensó que sería
su oportunidad final. Si su manía era casi insostenible y su deseo
de ser enterrada en un ataúd del castaño centenario, ilegal, cabía
la posibilidad de que la cercanía diaria con su hijo produjera el
efecto por años deseado: el cumplimiento de su primer deseo. Ya se encargaría ella de buscar las candidatas adecuadas. Y allá se fue.
Mas en aquel precioso lugar, en aquel fastuoso chalé y aunque su hijo, el secretario de su hijo, el jardinero, el chófer y todos los demás estaban pendientes de ella y volcados en hacerle la vida lo más agradable posible, aunque había conocido a toda la alta sociedad de entre los lugareños y a señoras muy respetables sobre las que había insistido a su hijo, Doña Concha se sentía desasosegada y algo triste, pues a su memoria venía cada vez con más frecuencia... (continúa en Dos deseos y una manía 3)
Ja,ja,ja,ja...La Doña como mi madre, que con 46 años aún decía que tenía 36 ¡pero los aparentaba! ¡Qué guay la doña Alkaparra!
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