lunes, 8 de noviembre de 2010

Doña Concha Writer Alkaparra: vida y obra ( Iuno )

DOS DESEOS Y UNA MANÍA ( 1 )

             Doña Concha a sus noventa años tenía dos deseos y una manía: de los dos deseos uno ya le parecía imposible de cumplir y eso que era algo tan natural como ser abuela. Su único hijo había alcanzado los setenta años y ni trazas de casorio. Hacía treinta años que había hecho un viaje de negocios a un país muy al sur de América y allí se quedó, con lo cual Doña Concha pensó que si hasta su marcha no le había hecho tilín ninguna muchacha, pudiera ser que alguna moza exótica lo conquistara.
Ponía velas a Santa Rita por ello, aunque siempre añadiera en sus
plegarias la coletilla de que por favor no fuera muy tostada, y no por
racismo, como se venía diciendo, es que siempre había soñado con
tener unos nietos rubitos y sonrosados como lo fue su hijo de pequeño.
La santa más bien se hacía la sorda. Su hijo, eso sí, venía todos los años a verla pero sin esposa, ni hijos, ni siquiera novia y mira que ella preguntaba, insistía, incluso imploraba, pero nada de nada. Le consolaba pensar que los varones tienen larga vida para engendrar, a esto seguía el desconsuelo de la poca vida que a ella le quedaba por delante.
El segundo deseo era seguir una tradición familiar que últimamente estaba en entredicho: ser enterrada en un ataúd construido con una rama del enorme castaño que presidía y daba nombre a una de las fincas familiares, en lo más recóndito de los bosques asturianos.
           Cuando a los cincuenta y tres años, tras un tedioso invierno en la finca “El Castaño Centenario”, su tía Encarna decidió empezar a morirse, sus más allegados lo primero que hicieron, para preparar el futuro fallecimiento - como familia de bien en tesitura tan seria - fue encargar la construcción de un buen panteón en el cementerio local. Luego iniciaron los preparativos para determinar qué rama le correspondía al vetusto castaño ceder para tan luctuoso destino. Para esto, siguiendo el rito establecido, convocaron mediante sorteo a un lejano descendiente de rama presuntamente legítima del pariente americano, que un día de mediados del siglo XVIII se había presentado en el pueblo con mucho dinero, cincuenta loros, seis medio indios mestizos achaparrados y un montón de
semillas misteriosas y esquejes de árboles que todos pensaron ser cosa de brujería. El indiano compró aquella finca, plantó los árboles y sembró la comarca de hijos bastardos que promovieron interminables y ruinosos pleitos de herencias. Mientras tanto el castaño fue creciendo, las papas quitaron hambres seculares y un buen día el amo murió en circunstancias non sanctas y alguien aprovechó la leña cortada del árbol, destinada a los fogones y chimeneas de la mansión familiar, para enterrar con prudente sigilo al anciano benefactor. Ahí empezó la secular tradición en honor de quien no en balde hizo de su apellido de pobre, blasón nobiliario. Desde aquellos tiempos todos sus descendientes pasaban a mejor vida en brazos del viejo castaño.
            Pero ahora el azar había designado para este cometido a un joven sucesor concejal y militante ecologista - la oveja negra inevitable en familias de abolengo -, que había puesto el grito en el cielo en defensa de la integridad física del árbol centenario, ... (continúa en Dos deseos y una manía 2) 

1 comentario:

  1. ¡¡Qué loignoritos más bonitos!!
    Con tesón y cariño, todo se consigue.
    ¡Qué no decaiga!

    ResponderEliminar