Se cuenta en el corro de las criollas que un día sorprendieron a Doña Concha llorando en su alcoba ante unos pliegos de papel y que, impulsadas por la curiosidad, quisieron averiguar qué movía a llanto a tan recta como pudorosa mujer. Pacientemente esperaron su salida a la misa diaria, entraron en su aposento y sobre el rosado mármol de la peinadora estos poemas descubrieron:
Es el deseo hiriendo con su juego,
un rompiente de afectos y desdenes,
una luna y un sol entre vaivenes,
un hielo que se funde en nuestro fuego.
Un incierto y romántico trasiego
que arranca la razón de nuestras sienes.
Acaso sea lo único que tienes
aunque digan algunos que está ciego.
Un impulso, una duda, un compromiso,
una elección ligera y trascendente,
un extraño dolor siempre latente.
Íntimo, desmedido, indeciso,
es la pasión que hace vivir al hombre:
lo llaman amor. Qué importa su nombre.
Celso Bradomín
Baja negra la sangre por mi pecho
oxidada del aire y de las penas,
baja oscura la muerte por mis venas
corrompiendo mi cuerpo ya maltrecho.
Formo parte del barro de mi lecho,
del silencio glacial de las arenas,
soy parte del olvido, nada apenas,
sólo el leve rumor de mi despecho.
Sin embargo la muerte se equivoca,
que no habrán de morir nunca mis besos
si algún labio en la noche los evoca.
En un lugar han de seguir impresos
esperando el aliento de otra boca,
testigos del amor y los excesos.
Celso Bradomín
Si acaso fueron de algún adolorido amante despechado o de un pretendiente rechazado por la ilustre familia, no saben, sólo las letras sobre papel que a ellas también emocionaron.
Ya era hora de que supiéramos algo más de la Doña ¿pero en qué siglo vivió? Porque su amante es por lo menos del XIX. Es envidia, que ya quisiera yo un maromo que me escribiera versos tan bien hechos.
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