Manuel Trebujena llegó al pueblo sudando, cruzó la plaza y se encerró en su casa. Manuel era viudo y vivía solo desde que su hijo Patricio se había ido a vivir a la Finca con su novia Rosarito. Ni se habían casado ni siquiera habían disimulado. El cura, Don Serafín, en una misa de once un domingo, sin venir a cuento, dijo en el sermón que aquello era un concubinato. Pero ellos llevaban tres meses sin salir del cortijo follando como paganos y en el pueblo, para desasosiego de las personas de orden de toda la vida, se estaba poniendo de moda entre los borrachos tabernarios los brindis por la pareja y en las madrugadas de cubatas –ron y güisqui - se oía con frecuencia el grito de ¡Vivan los novios!, que inmediatamente era coreado ¡Que vivan, que vivan! .
En privado, Don Serafín solía decir que si Franco levantara la cabeza…
A Manuel Trebujena lo que le molestaba era que ahora se había quedado solo. Lo que hiciera la pareja le traía sin cuidado. Él también había hecho de las suyas a su edad.
El lunes posterior a aquel sermón, al caer la tarde, sobre la hora del café coincidieron en el Casino Cultural Manuel Trebujena y Baldomero Muñoz, primer Alcalde del pueblo, por entonces de UCD. Manuel Trebujena acababa de tomar asiento en su sillón preferido del salón cuando llegó Don Baldomero.
––Buenas tardes, amigo Manuel.
––Muy buenas la tenga usted, señor Alcalde. Pero siéntese, por favor. ¿Cómo va el municipio?
––Gracias, me sentaré. Vengo cansado. El municipio agitadillo, Trebujena, agitadillo, como usted ya sabe…
Vicente, el viejo camarero del Casino, le trajo al señor alcalde su “cortaíto” de siempre y a Trebujena el "solo" de todas las tardes.
––Es que el clero siempre aprovecha para meter palo en candela…– comentó Trebujena tras saborear un poco del café.
––Sí, el padre Serafín se pasó con lo del concubinato… Por cierto, que hablando de Roma…
––Buenas y santas tardes tengan ustedes –– dijo Don Serafín, que en ese momento llegaba.
––Por lo menos que sean buenas, lo de santas vamos a dejarlo al gusto del consumidor. –– Replicó Manuel Trebujena.
El Alcalde carraspeó un poco y luego invitó al recién llegado a sentarse.
Vicente se acercó al párroco, que le indicó que no deseaba tomar nada.
Hubo un momento de silencio, que el Alcalde se atrevió a romper.
––Padre, estábamos hablando de su sermón de ayer. A Trebujena le ha dolido la referencia que usted hizo, lo del concubinato…
––Yo no quise ofender, pero es que así se llama a la unión de pareja sin contraer matrimonio…
––Don Serafín ––dijo el Alcalde– los tiempos han cambiado, ya no es como en la época que acaba de pasar, la misma Iglesia está por la transición. Tienen ustedes que ser más flexibles.
El cura enrojeció, articuló algunas palabras de disculpa y se excusó con tener prisa y se marchó. En aquel momento pensó que tal vez no debería haber solicitado el traslado a Andalucía, desde su lejana Castilla.
––Alcalde, dese cuenta, para Don Serafín usted y yo somos todavía casi unos rojos condenados al infierno.
––Trebujena, ya cambiarán, esta gente lleva cambiando más de dos mil años…
Algunos en el pueblo estaban tomando por costumbre acercarse a la linde de los “Olivares de Pascual” para ver si la pareja aún continuaba ocupada en el interior. Otros hasta cruzaban apuestas y las indiscreciones de los criados y cocineros que trabajaban en el cortijo eran sabrosas y por ello profusamente comentadas. Se sabía qué comían, cuándo salían de la habitación y con qué aspecto y muchos detalles más. El video comunitario, ahora denominado Radio-Televisión Local, en el informativo de medio día solía decir: “En los Olivares de Pascual no ha habido noticias destacables, continuaremos informando”
Una tarde se abrió la puerta del cortijo y la pareja salió enlazada por la cintura. Los vecinos que estaban en la linde no pudieron reprimir el regocijo, unos aplaudieron, otros silbaron o jalearon formando un guirigay esperpéntico, las gallinas corrieron espantadas por el olivar, las palomas alborotaron aleteando sobre el tejado y el borrico en el “tinaó” detrás de cortijo rebuznó urbi et orbe. Patricio Trebujena la emprendió a pedradas con los alborotadores y soltó los perros, que llegaron hasta cerca de la linde y se pusieron a ladrar desde allí. Todos se marcharon entre cometarios y grandes carcajadas.
En ese momento llegó Don Serafín. Llevaba poco tiempo en el pueblo y aún traía el barniz de recio cura de Castilla la Vieja –venía de la diócesis de Zamora y había sido cinco años párroco de Oteros de Aliste- y quiso hacer frente a la media jauría que atronaba con sus ladridos tras la linde y dio unos pasos hacia la alambrada; entonces los perros la pasaron y le mordieron la sotana hasta hacérsela jirones. Patricio disparó al aire dos tiros con su escopeta del doce y los perros soltaron al cura y volvieron al cortijo.
Cuando Patricio y Rosarito cerraron la puerta del caserón ya estaba atardeciendo y el cielo se empezaba a cubrir de nubes anaranjadas preludio de una hermosa y veraniega puesta de sol, que la pareja contempló más tarde desde la terraza del dormitorio.
Cuando Patricio y Rosarito cerraron la puerta del caserón ya estaba atardeciendo y el cielo se empezaba a cubrir de nubes anaranjadas preludio de una hermosa y veraniega puesta de sol, que la pareja contempló más tarde desde la terraza del dormitorio.
Algún tiempo después fue la vuelta de la pareja al pueblo. Manuel Trebujena dejó de estar solo. Pocas semanas después habían cesado los comentarios y algunos empezaron a envidiarlos hasta tal punto que Don Serafín tuvo que hacer la vista gorda y agilizar mucho los cursillos prematrimoniales: los cortijos estaban teniendo un sorprendente atractivo entre la gente joven.
A.Cotta
A.Cotta
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